Era Marzo y se planeaba un movimiento masivo, Un Día Sin Mujeres, que se llevaría a cabo el lunes 9 de Marzo. En las redes sociales se podía encontrar a gente hablando del tema por todos lados: unas personas completamente a favor, “¡participemos todas!”, otras inseguras, “¿de dónde nace el movimiento? ¿a quién apoyo al participar?”, otras confundidas, “¿nadie podemos salir? y luego, ¿qué va a pasar?” y otras (gracias a Dios minoría), sin entender la totalidad del problema y sentir que el movimiento no tenía un propósito.
Dentro de las conversaciones que tuve días antes, tratando de enfatizar la importancia de participar, promoverlo y respetar lo que significaba… se encontraban personas (pocas) que sus preocupaciones giraban más alrededor de cómo su día se vería alterado por este movimiento y los inconvenientes que tendría: “¿qué voy a hacer en mi negocio? ¿voy a tener que parar la planta? ¿los colegios tendrán clases? ¿qué haré con mis hijos en casa? ¿le tendré que dar el día a la persona que me hace la limpieza? ¿podré ir a hacer compras y pendientes? Todo esto me parece muy complicado. Creo que prefiero no hacer nada.”
Las conversaciones continuaron, la marcha del domingo 8 de Marzo se llevó a cabo con éxito así como la protesta del lunes 9 de Marzo. Sin embargo, los efectos positivos que se hubieran logrado y el avance hacia un México seguro para todos, se vería truncado por algo que nadie vimos venir.
El miércoles 11 de Marzo se anunció el primer caso de COVID-19 positivo en Monterrey. Al día siguiente algunos papás, sin estar seguros qué hacer, decidieron no mandar a sus hijos al colegio ya que el caso se había dado en nuestra comunidad.
El viernes 13 de Marzo se cancelaron clases en algunos colegios y el lunes 16 era asueto, seguramente todo regresaría a su normalidad el martes próximo. En estas fechas aún hubo personas que disfrutaron del puente para darse una escapada de la ciudad, otras debatían si cancelar o no su viaje de Semana Santa (una fecha aún muy lejos)… En este momento todavía nos cuestionábamos cuáles eran las medidas de seguridad adecuadas para el momento.
Lo que sigue después todos no lo sabemos. Colegios y Universidades empezaron a cancelar clases, municipios comenzaron a cerrar negocios, “quédate en casa” entró en vigor… Las ciudades se paralizaron. Todos nos aplacamos.
Nuestras vidas ajetreadas, aceleradas, de correr, de dormir poco, de maniobrar entre atender a la familia y los compromisos sociales, se pararon en seco.
De pronto las preocupaciones de algunos del 8 de Marzo, se volvieron realidad. Los hijos no van a la escuela, los negocios están cerrados, los hombres aportan en las responsabilidades del hogar, la ayuda en casa es inexistente.
En ocasiones siento que esto es un llamado que nos hace el mundo, o si creen en un ser superior, ese también. Creo que nos han estado constantemente mandando “avisos” y “señales” que nos dicen: “respiren, respeten, sean más humanos, más empáticos… cuiden su cuerpo, su mente y su planeta”. Creo que todos esos avisos (el índice de cáncer creciendo, animales en peligro de extinción, sociedades en protesta, derrotas de gobiernos…) han sido generalmente ignorados: “Al cabo eso no pasa aquí. Ese no es mi problema.”
Pues ahora sí es problema de todos. Nuestro planeta nos ha enviado algo que nos afecta y no discrimina. No hay como ignorarlo, y yo espero que así sea, que no lo ignoremos y nos enfoquemos en un cambio positivo.

La cuarentena nos ha quitado cosas, definitivo. Sin embargo, creo que en este tiempo hemos ganado tanto: hemos retomado la creatividad teniendo que buscar maneras para entretenernos, para sentirnos conectados, para continuar con clases y negocios. Hemos recordado lo que es convivir en familia, lo que es compartir un espacio, hacer una movie night con todos… Hemos aprendido a saborear de nuevo el cocinar en casa, el inventar recetas, el probar cosas juntos… Leer, hacer rompecabezas, jugar juegos de mesa, tejer, cultivar un jardin…
Con esta situación más avanzada y en ocasiones creyendo poder ver la luz al final del túnel, me empiezo a preocupar un poco y a preguntarme ¿qué será de nuestras vidas terminando esto? ¿se nos olvidará lo que es estar en casa y disfrutar a la familia? ¿se nos olvidará la cantidad de flora y fauna que se ha reactivado gracias a nuestras pausas? ¿ olvidaremos lo que es tener días sin prisas? ¿querremos retomar al 100 la vida que llevábamos? ¿querremos regresar al mismo ritmos de consumismo que solíamos tener? ¿haremos algún cambio?
Quizá lo ganado es mayor al sacrificio de “quedarte en casa”. No sólo salvamos vidas impidiendo que el virus se propague (como si eso fuera poco), hemos ganado tantas cosas olvidadas. Hemos ganado saborear la vida más. Hemos ganado la empatía.